¡Mira los arlequines!, de Vladimir Nabokov (Cátedra, 2008)

Hace un tiempo, hablaba con una amiga sobre la dificultad que encuentran algunos lectores a la hora de diferenciar entre la voz lírica y su autor; de cómo —sobre todo en la poesía confesional en primera persona— se tiende a asumir que aquél poema que se lee es el reflejo de una experiencia auténtica y del impacto que dicha experiencia ha tenido sobre el poeta. Este hecho levanta toda una serie de cuestiones en torno a la necesidad de conocer la biografía de quien escribe, al peso que tiene ese conocimiento a la hora de entender el texto, y a si el texto tiene un significado autónomo o si, por el contrario, es dependiente de las circunstancias en las que se ha escrito. Si alguien me pregunta mi opinión, creo que es un asunto complejísimo y que la respuesta estaría en algún lugar intermedio. Por un lado, el texto es independiente y debe poder tener sentido por sí mismo; por el otro, saber algo de quien lo ha escrito y de su entorno ayuda a contextualizarlo y añadirle interpretaciones que de otro modo podrían pasarse por alto. No creo que el texto sea un signo libre abierto a toda lectura o, mejor dicho, aun cuando está abierto a una multitud de lecturas coherentes que dependen de quien lo lee —todos nos proyectamos en nuestras lecturas, aunque sea de forma inconsciente—, no debemos pasar por alto la intencionalidad de la voz poética, que no tiene por qué coincidir con la del autor. Un poema es un trabajo de creación; puede estar influido por la vida de quien lo escribe, pero es un pedazo de ficción. Seguir leyendo «¡Mira los arlequines!, de Vladimir Nabokov (Cátedra, 2008)»

La saga/fuga de J. B., de Gonzalo Torrente Ballester (Destino, 1981)

Hay libros que necesitan cierta disciplina, que no aguantan una lectura ocasional. Puede ser porque sus fluctuaciones, su ritmo interno, requieren de quien los lee una inmersión que, esto es obvio, se pierde con el tiempo. También puede ser por la infinidad de personajes y la complejidad de las relaciones que los vinculan, que se olvidan si no se mantiene la atención. En La saga/fuga de J. B. encontramos un poco de ambas, pero su volumen y su complejidad no implican una lectura farragosa; exigente, sí. Es una novela difícil, aunque revela la grandeza del medio en las manos adecuadas. Torrente Ballester domina sus recursos; los emplea, retuerce y parodia con soltura, cambiando la cadencia y el tono según las necesidades de cada fragmento. Seguir leyendo «La saga/fuga de J. B., de Gonzalo Torrente Ballester (Destino, 1981)»