Black, black, black, de Marta Sanz (Anagrama, 2014)

Admito que no soy un gran lector de novela policíaca, y que conozco las obras de Chandler y Hammett a través de sus adaptaciones cinematográficas. Pero al menos soy capaz de distinguir los elementos canónicos del género negro, al que Sanz hace referencia con el título de esta novela. Sin embargo, su «negrura» es muy distinta a la que cabe esperar de los casos a los que se enfrentan Philip Marlowe y Sam Spade. Porque sí, hay un detective que investiga un caso que la policía no ha resuelto, pero Arturo Zarco no se parece en nada a los personajes interpretados por Humphrey Bogart, ni la mujer fatal es, en este caso, una mujer. Seguir leyendo «Black, black, black, de Marta Sanz (Anagrama, 2014)»

Satin Island, de Tom McCarthy (Pálido fuego, 2016)

Se ha hablado mucho de las capacidades innatas de Tom McCarthy para afrontar la escritura narrativa y, al mismo tiempo, descomponerla y transformarla en otra cosa muy distinta. Satin Island se ha visto desde esa óptica como una novela que no es solo una novela, sino también un análisis de la sociedad actual abordado desde esa misma sociedad y con sus modos propios. Su narrador, llamado con una simple U. —leída «you» en inglés, es decir, «tú», lo que apela al lector—, es una antropólogo que trabaja para una gran corporación a la que se refiere sin más como la Compañía, que le ha contratado para realizar pequeños servicios mientras trabaja en la redacción del Gran Informe. Ese informe es un estudio sobre la totalidad del presente, sobre el estado del mundo, su significado, sus implicaciones y sus posibles derivas. La Compañía trabaja para otras corporaciones, para individuos, para estados, para cualquiera que requiera el examen de un determinado estado de cosas. En otras palabras, la Compañía, y aquí se revela la importancia del trabajo de U., vende narraciones. Seguir leyendo «Satin Island, de Tom McCarthy (Pálido fuego, 2016)»

Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez (Anagrama, 2016)

Tendemos a vincular el terror con lo fantástico con demasiada frecuencia. Puede que ese sea uno de los motivos por los que durante mucho tiempo se lo ha considerado un género menor, destinado a mentes poco desarrolladas e incapaces de enfrentarse a la literatura de verdad. Lo mismo podría decirse de la ciencia ficción. El realismo se ha consagrado como el único prisma adecuado con el que dirigirse a la realidad, algo que no debería extrañarnos en una cultura positivista como la nuestra. Porque el terror clásico, de raíces gótica y romántica, viene de la mano de fantasmas, vampiros, resucitados, pactos con el diablo y demás elementos sobrenaturales propios de la superstición. Como buenos hijos de la Ilustración, no creemos en ellos y los despreciamos. Seguir leyendo «Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez (Anagrama, 2016)»

La pasión según G. H., de Clarice Lispector (Muchnik, 2000)

En algún lugar, ese falso apologeta del suicidio que fue Emil Cioran dijo que todo yo parte de una fisura y una revelación. Suele ocurrir durante la primera infancia, en ese instante en el que se te niega algo por primera vez y descubres que el universo y tu voluntad son cosas distintas. Nacemos entre lágrimas, y nuestra conciencia surge con un trauma. Toda privación, toda lucha, está anunciada en el origen, en el desgarro con el que el yo se desgaja de su entorno. La conciencia no es más que el resultado de la epifanía de la discontinuidad de la existencia individual. Yo contra el mundo. Esa, y no otra, es la caída original. Seguir leyendo «La pasión según G. H., de Clarice Lispector (Muchnik, 2000)»