Admito que no soy un gran lector de novela policíaca, y que conozco las obras de Chandler y Hammett a través de sus adaptaciones cinematográficas. Pero al menos soy capaz de distinguir los elementos canónicos del género negro, al que Sanz hace referencia con el título de esta novela. Sin embargo, su «negrura» es muy distinta a la que cabe esperar de los casos a los que se enfrentan Philip Marlowe y Sam Spade. Porque sí, hay un detective que investiga un caso que la policía no ha resuelto, pero Arturo Zarco no se parece en nada a los personajes interpretados por Humphrey Bogart, ni la mujer fatal es, en este caso, una mujer.
Zarco es un cuarentón divorciado, homosexual, con una capacidad de observación cuestionable y que tiende a la literaturización de los acontecimientos. Los señores Esquivel le contratan para que investigue el asesinato de su hija Cristina, que apareció muerta en su piso, estrangulada con un cordón. Pero ellos ya han resuelto el crimen, y saben que fue su marido —un albañil marroquí llamado Yalal— quien lo cometió, por lo que el trabajo del detective debería ser rápido; al fin y al cabo, no tiene más que recoger pruebas contra un culpable que ya conoce. Pero el detective advierte que los Esquivel están dolidos con su hija, que era médico geriatra, por casarse con un moro y, además, pobre. El detective no es bobo y sabe desprenderse del racismo y el clasismo con el que los Esquivel ven a su yerno, que piensan que su hija se casó «a la baja».
Al llegar al edificio de la difunta, Zarco se encuentra una serie de personajes entre la que destacan una madura de lengua suelta y olor a alcohol, y su joven hijo, del que Zarco se enamora a simple vista. Con esta familia peculiar establece una relación íntima casi de inmediato, y el joven Olmo le obsesiona llegando a convertir la investigación en algo secundario. Aún así, sus pesquisas avanzan hasta que termina en el hospital, lo que le deja sin conclusiones. Entonces retoma las visitas Paula, su ex mujer, que se empeña en hundir las esperanzas amorosas de Zarco y encontrar al auténtico criminal —que bien podría ser el muchacho—, con lo que humillaría a su ex marido por partida doble. Porque él la llama todas las noches antes de que se acueste para contarle sus averiguaciones y sus enamoramientos, que a ella le duelen más de lo que admite en voz alta. Es ella quien remata la faena con su pragmatismo alejado de las especulaciones del detective.
Los relatos de Zarco y de Paula son la primera y la última sección de la novela, y están narradas en primera persona. Nos enteramos de lo que ha ocurrido por sus conversaciones telefónicas, a través de informaciones sesgadas, seleccionadas y expuestas en el momento en el que ejercerán en el receptor un mayor efecto. Pero esas conversaciones son difusas e irreales, están plagadas de rodeos y especulaciones. Lo que parece una debilidad es, en Black, black, black, un acierto. Porque en la novela no se trata tanto de reflejar la realidad como de inquirir en torno a la creación del relato, a la interacción entre los hechos y unas interpretaciones dependientes de cada observador, sus aspiraciones y sus debilidades. La sección intermedia, el diario de Luz —la madre de Olmo— es la mejor construida, y pone en claro esta naturaleza metafictica de Black, black, black.
Nos encontramos con un único relato construido a través de los testimonios de tres narradores poco fiables. A pesar de lo irreal de las llamadas telefónicas y de las fantasías a las que se abandonan tanto Zarco como Luz, la novela aborda temas propios del realismo: el racismo, el abandono de los niños, la debilidad de los ancianos y la posibilidad de que les engañen o la fragilidad de las relaciones amorosas. Paula y Zarco ya no se quieren, se traicionan y, sin embargo, son incapaces de romper sus lazos, unos lazos que se ha convertido en un círculo de rencor e insatisfacción que traducen un poso de cariño. Ninguno tiene valor para romper ese círculo y rehacer su vida porque se consideran demasiado defectuosos —el detective marica y la inspectora de Hacienda coja— como para empezar de nuevo.
La resolución del crimen es lo de menos: los Esquivel ya han decidido quién es el culpable; Zarco se preocupa por excluir a uno de los sospechosos porque se enamora de él; Luz describe varios asesinatos en su diario, pero luego tiene que adaptar su relato a los hechos, cuando su vecina aparece muerta de verdad; Paula desea humillar a su ex marido al demostrar lo ciego que llega a ser. Entre la divorciada de mediana edad menopáusica y aficionada al alcohol, su hijo daltónico y entomólogo obsesivo y la escritora irónica y autoconsciente, algunos personajes secundarios son clichés: la vecina chismosa, el guarda jurado con sobrepeso y pocas luces, la anciana que no se entera y su marido senil, o la limpiadora cotilla. Pero gracias a su carácter típico, esos personajes sirven como vehículo de la trama y ayudan a observar cómo se construye la narración, tanto las de Zarco, Paula y Luz, como la de la propia Sanz. La negrura de Black, black, black no es tanto la de la trama detectivesca, sino la que amenaza a unos narradores incapaces de enfrentarse a sus emociones.