Autofiction, de Hitomi Kanehara (Vintage Books, 2007)

Japón, por lo poco que sé, es un país plagado de contradicciones: es al mismo tiempo tradicionalista y vanguardista, distante y pasional. Digo esto porque parece que las muestras de afecto son algo, si no mal visto, por lo menos restringidísimo a la esfera privada. Sus gentes son discretas y reservadas, viven constreñidas por un marco social que determina con precisión qué puede hacerse y dónde, cuáles son las condiciones para que ese algo ocurra. El cariño no se manifiesta casi nunca, desde luego no en público. Sin embargo, la literatura y el cine nos dan a entender que, bajo esa apariencia marcada por un formalismo absoluto, el japonés es un pueblo de amores irrefrenables. Seguir leyendo «Autofiction, de Hitomi Kanehara (Vintage Books, 2007)»

Teoría King Kong, de Virginie Despentes (Melusina, 2009)

A la vista de las jaurías de depredadores sexuales que se mueven por nuestras calles y por las redes sociales, a la vista de que se juzga la actitud de una joven de dieciocho años por no considerarla lo bastante dañada por una agresión sexual, creo que es necesario recordar el caso de Virginie Despentes. En julio de 1986, Virginie es una joven punk rockera de diecisiete años. Vuelve de Londres con una amiga, haciendo autostop hasta Dover y pidiendo dinero para el ferry que las lleva a Calais. Desde allí vuelven a hacer autostop hasta el oeste de París, donde esperan que se haga de día para continuar su viaje hasta Nancy. En aquel aparcamiento para camiones, tres chicos un poco macarras se les acercan y les ofrecen llevarlas al otro lado de la ciudad. En un principio se niegan, pero terminan por aceptar el ofrecimiento y se suben al coche. Al fin y al cabo, no parecen agresivos, sino solo una pandilla de tipejos simpáticos. No es necesario ser paranoica. Entonces las violan. Seguir leyendo «Teoría King Kong, de Virginie Despentes (Melusina, 2009)»

Las chicas, de Emma Cline (Anagrama, 2016)

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La muerte de Charles Manson esta semana me ha hecho recordar que hace poco más de un año publiqué esta reseña aquí.

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Hay tiempos y lugares que parecen cargados de un energía peculiar, en los que parece que una transformación espiritual es posible. Aquí tenemos Ibiza —que no es solo playa y fiesta sin fin— y Tenerife. No sabría decir si es por el clima, el paisaje o alguna cualidad menos material que ejercen una atracción mística sobre determinado tipo de personas. No olvidemos las viejas colonias de jipis en la primera, ni la proliferación de cultos esotéricos o de contactados en la segunda. Pero eso no es nada si lo comparamos con California; mucho menos si es la California de finales de los sesenta. La llamada revolución sexual, el amor libre, las luchas por los derechos civiles de negros y homosexuales, la Contracultura, la Era de Acuario… Esa conjunción temporal y geográfica podría considerarse un punto caliente, el umbral que debía causar una metamorfosis generalizada cuya consecuencia sería una sociedad mejor y más justa. Muchos los creyeron así, y también son muchos quienes aprovecharon ese ambiente optimista y esas buenas intenciones para hacerse con su cuota de poder. Uno de los casos más célebres es el del reverendo Jim Jones y su Templo del pueblo, fundado en 1955 sobre un pensamiento socialista y antirracista, y que crecerá durante las dos décadas siguientes hasta terminar en 1978 con la muerte de novecientos nueve miembros de la congregación —todos, salvo cinco— en Guyana. Aunque la mayor infamia, quizá, sea la de la Familia Manson. Sus víctimas fueron muchas menos, pero había entre ellas se encontraba Sharon Tate, actriz de veintiséis años y embarazada de ocho meses. Seguir leyendo «Las chicas, de Emma Cline (Anagrama, 2016)»

Cicatriz, de Sara Mesa (Anagrama, 2015)

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¿Cuándo empieza lo enfermizo? Si existe una línea que divida con claridad las conductas saludables de las obsesivas, yo no la conozco. Me gustaría saber dónde está esa frontera que permite decir «de aquí para allí, bien; de aquí para allá, mal». Pero lo cierto es que sé —como tú también lo sabes— que ese límite no existe. O, mejor dicho, que es algo móvil que varía según el tipo de relación y según quiénes participan en ella. Como suele ocurrir en los asuntos sentimentales: es complicado. Si en soledad los seres humanos ya resultamos complejos, en cuanto empieza la combinatoria esa complejidad aumenta de forma exponencial. Seguir leyendo «Cicatriz, de Sara Mesa (Anagrama, 2015)»

La pianista, de Elfriede Jelinek (Círculo de lectores, 2004)

Cuando una amiga me preguntó qué estaba leyendo y le dije que era mi tercer intento con La pianista, comentó algo como «Eres muy insistente, ¿no?». Lo cierto es que no lo soy, pero he de reconocer que algunos libros se me han resistido y no he descansado hasta leerlos. Puede que haya algo de orgullo en esa actitud, que solo despierta en casos aislados —aunque también es cierto que no suelo dejar demasiados libros a medias—. Tengo claro, por ejemplo, por qué me ocurrió con La máquina blanda, de Burroughs. También recuerdo los motivos que me llevaron a dejar la novela de Jelinek en dos ocasiones, pero mi sorpresa llegó cuando no los encontré en la tercera. Seguir leyendo «La pianista, de Elfriede Jelinek (Círculo de lectores, 2004)»

Distancia de rescate, de Samanta Schweblin (Literatura Random House, 2015)

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Los viajes tienen una virtud esencial reconocida por la mayoría, y es que nos permiten enajenarnos. Viajar es sinónimo de crecer, dicen. Por eso casi todos los relatos de aprendizaje se desarrollan gracias al desplazamiento del personaje principal, que abandona su lugar de origen y se enfrente a una serie de retos por el camino hasta regresar transformado y cerrar, así, el círculo. Una ida y una vuelta, como subtitula Tolkien su Hobbit, representan ese enajenamiento, puesto que quien regresa no es nunca quien partió en primer lugar. Claro que estos viajes lo son en un sentido preindustrial, cuando se realizaban a caballo o a pie y representaban un auténtico desafío. La comodidad y la velocidad del avión, el tren o el automóvil hacen ahora impensables los preparativos que antes eran forzosos. Se ha instalado sobre el viaje cierta seguridad que, podría argumentarse, lo ha desvirtuado; al menos ha minimizado su componente de aventura, siempre que esta no se busque de forma expresa. Seguir leyendo «Distancia de rescate, de Samanta Schweblin (Literatura Random House, 2015)»

Hainuwele y otros poemas, de Chantal Maillard (Tusquets, 2009)

Es común que artistas de toda condición renieguen de sus obras de juventud porque no se encuentran en ellas, porque no reconocen la dichosa y tan cacareada «voz propia» que definirá su trabajo posterior. Sin salir del mundo literario, J. G. Ballard nos insta a olvidar El viento de ninguna parte, y solo reconoce El mundo sumergido como su primera novela; Ada Salas se extraña ante las páginas de Arte y memoria del inocente y de Variaciones en blanco; Manuel Vilas habla del lento y perezoso aprendizaje de sus Primeros poemas, recogidos en Amor. Esa es, me parece, la clave del rechazo que provocan los textos primerizos: la voz no está porque necesita formarse. No se trata tanto de un encuentro como de una generación. La escritura, y todo lo que ella conlleva, solo se logra escribiendo. Seguir leyendo «Hainuwele y otros poemas, de Chantal Maillard (Tusquets, 2009)»

Matar a Platón, de Chantal Maillard (Tusquets, 2007)

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Siempre he pensado que la poesía comparte con la música una cualidad irracional. Creo que ya he mencionado aquí su capacidad para cortocircuitar nuestro raciocinio, para puentear la lógica y alcanzarnos en otro lugar, tal vez, más elemental. Lo curioso de este hecho es que ambas disciplinas se levantan sobre los dos instrumentos más racionales de que disponemos: el lenguaje y las matemáticas. De este modo, el intelecto y la sensibilidad, que en un principio parecen contrapuestos, se muestran enlazados a través del arte. Si digo esto es porque música y poesía nos afectan —cuando lo logran, claro está— a un nivel íntimo. Primero provocan la emoción; el entendimiento, si llega, lo hará después. Seguir leyendo «Matar a Platón, de Chantal Maillard (Tusquets, 2007)»

El silencio de las sirenas, de Adelaida García Morales (Anagrama, 1997)

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Suele decirse que los libros no cambian, que cambiamos quienes los leemos. Quiero creer, aunque me cueste hacerlo de verdad, que con los años ganamos algo semejante a la sabiduría. En el fondo, no se trata de otra cosa que de vanidad, de pensar que me he librado de algunas idioteces causadas por la inexperiencia, aunque es seguro que he ganado una cantidad igual o superior de idioteces nuevas. Por eso puede ser interesante revisar algunas lecturas cuando ha transcurrido cierto tiempo y comprobar cuánto coincidimos con aquellas personas que fuimos. Cuando leí por primera vez El silencio de las sirenas, hace media vida, no me gustó. Soy incapaz de recordar los motivos, pero la impresión perduraba. Es más, hace años lo comenté con una estudiante Erasmus que me miró incrédula, porque a ella le había encantado. Creo que ahora entiendo sus motivos. Seguir leyendo «El silencio de las sirenas, de Adelaida García Morales (Anagrama, 1997)»

Vive o muere, de Anne Sexton (Vitruvio, 2009)

Los seres humanos tenemos la necesidad de imponer orden a un entorno que, a menudo, se nos presenta caótico. Por eso buscamos con insistencia patrones y repeticiones; por eso ideamos listas como el «club de los 27», un lugar en el que reunir a los músicos y cantantes fallecidos con esa edad —Joplin, Hendrix, Morrison, Cobain y Winehouse entre otros—. Es cierto que la acumulación de nombres, aunque se deba a la coincidencia, es curiosa. Algo similar ocurre con las poetas suicidas. Alfonsina Storni y Alejandra Pizarnik ponen fin a su vida de forma voluntaria; la condesa Elsa von Freytag-Loringhoven aparece muerta en el suelo de su cocina, intoxicada por el gas del horno, y sus amigas, entre las que se cuenta Gertrud Stein, no están seguras de que sea un accidente. Sylvia Plath también se mata. Cuando leemos en este Vive o muere los versos «[you did] crawl down alone / into the death I wanted so badly and for so long» [te arrastraste sola / hasta la muerte que tanto y durante tanto tiempo deseé], que Sexton le dedica a su amiga tan solo seis días después de su suicidio, no podemos evitar un estremecimiento. Porque en 1974 se encerrará al fin en su garaje y dejará que el dióxido de carbono emitido por el tubo de escape de su coche termine con ella. Seguir leyendo «Vive o muere, de Anne Sexton (Vitruvio, 2009)»