Matar a Platón, de Chantal Maillard (Tusquets, 2007)

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Siempre he pensado que la poesía comparte con la música una cualidad irracional. Creo que ya he mencionado aquí su capacidad para cortocircuitar nuestro raciocinio, para puentear la lógica y alcanzarnos en otro lugar, tal vez, más elemental. Lo curioso de este hecho es que ambas disciplinas se levantan sobre los dos instrumentos más racionales de que disponemos: el lenguaje y las matemáticas. De este modo, el intelecto y la sensibilidad, que en un principio parecen contrapuestos, se muestran enlazados a través del arte. Si digo esto es porque música y poesía nos afectan —cuando lo logran, claro está— a un nivel íntimo. Primero provocan la emoción; el entendimiento, si llega, lo hará después.

Pero la imbricación del raciocinio —en un sentido amplio, alejado de aquello que Blake llamará la razón urizénica— y la sensibilidad poética generan una mirada que puede penetrar la realidad por sus resquicios. Matar a Platón es un poemario que se resuelve en torno a un acontecimiento. Ocurre un drama, un hombre es aplastado por un camión, y los poemas gravitan alrededor del accidente, se fijan sobre el instante y tratan de arrojar luz sobre él y sobre cómo lo entienden quienes asisten a él. Porque lo relevante no es, en el fondo, el acontecimiento en sí, sino su representación, el juego de espejos o de sombras proyectadas contra el fondo de la caverna.

Si el poema debe representar una versión fidedigna de la realidad, esta se demuestra esquiva, cambiante. No existe más allá de esas sombras proyectadas: el accidente permanece inaccesible y solo queda el acontecimiento, es decir, su interpretación. Un niño, un perro, la luz oblicua decantada o las vísceras esparcidas por el suelo y mezcladas con el aceite del motor no son más que signos en un texto construido por quienes los observan. Por debajo de los poemas encontramos lo que Maillard llama «subtítulos», en los que la voz lírica desarrolla un juego metapoético y, al mismo tiempo, recoge las cuestiones filosóficas que exploran los poemas. Hay un diálogo entre la mujer de los subtítulos y el hombre que escribe unos poemas titulados Matar a Platón, y ambas partes —poemas y subtítulos— conforman una estructura circular.

El libro incluye también un largo poema titulado «Escribir», una especie de letanía donde se exploran las posibilidades terapéuticas de la escritura, más allá incluso de sus usos o aspiraciones literarias. Maillard parece escribir contra el dolor y desde él, algo que es una constante en su obra. El dolor como centro de la existencia y origen del acto poético. Poco más puede añadirse a unos últimos versos que encuentro sobrecogedores: «Escribo / para que al agua envenenada / pueda beberse.»

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