Incesto, de Mário de Sá-Carneiro (Gadir, 2009)

Tiene gracia, al menos a mí me lo parece, que se hable de romanticismo en referencia de ese tipo de comedias en las que tú y yo estamos pensando ahora mismo: esas películas azucaradas que parecen todas protagonizadas por Meg Ryan o Julia Roberts y en las que una mujer conoce a un hombre, este se enamora con locura de ella pero hace algo que la enfurece y, tras una serie de desencuentros y actos enloquecidos, ella se da cuenta de que están hechos el uno para la otra. Existen variaciones tanto en el cine como en la literatura, pero el esquema básico sigue siendo el de esa maravilla que es Orgullo y prejuicio, de Jane Austen. Lo irónico es que cuando se pregunta por el amor romántico, el ejemplo que se pone es casi siempre Romeo y Julieta, un amor ideal capaz de superar las barreras más sólidas; lo que suele pasarse por alto es que en la obra de Shakespeare los dos acaban muertos. Como icono del amor no parece demasiado sano. Eso sí, resulta mucho más cercano al romanticismo de lo que podría parecer, pero al Romanticismo como movimiento artístico y cultural, aquél que rompe de una vez por todas con la Belleza como única categoría estética digna de representación. Es más, existe una corriente que parte del marqués de Sade y que llega hasta hoy pasando por Byron, Percy Bysshe Shelley, los simbolistas franceses y las vanguardias del siglo XX, una corriente que vincula en lo más íntimo la destrucción y el amor; la carne, la muerte y el Diablo, en palabras de Praz. Seguir leyendo «Incesto, de Mário de Sá-Carneiro (Gadir, 2009)»

La broma infinita, de David Foster Wallace (Literatura Random House, 2016)

El problema con los libros extensos es que llevan tiempo y, una vez terminados, provocan cierta sensación de incertidumbre, un «y ahora qué» que desorienta durante una temporada. Supongo que se les puede aplicar aquello del roce y el cariño, porque los libros nunca son simples objetos, y establecemos con ellos una relación, una especie de diálogo en el que las dos partes nos proyectamos e influimos la una en la otra, lo que lleva a esa nostalgia que causan las despedidas cuando se acaba la última página. Más aún si tenemos en cuenta que su propio volumen puede servir como medida disuasoria y que la decisión de leer un tocho de mil doscientas y pico páginas ya es, en sí misma, un compromiso ante una tarea que sabemos exigente y de la que esperamos una recompensa adecuada, pero de la que también tememos que resulte insufrible. Cada cuál sabrá si puede o quiere asumir el riesgo. Seguir leyendo «La broma infinita, de David Foster Wallace (Literatura Random House, 2016)»