Es común que artistas de toda condición renieguen de sus obras de juventud porque no se encuentran en ellas, porque no reconocen la dichosa y tan cacareada «voz propia» que definirá su trabajo posterior. Sin salir del mundo literario, J. G. Ballard nos insta a olvidar El viento de ninguna parte, y solo reconoce El mundo sumergido como su primera novela; Ada Salas se extraña ante las páginas de Arte y memoria del inocente y de Variaciones en blanco; Manuel Vilas habla del lento y perezoso aprendizaje de sus Primeros poemas, recogidos en Amor. Esa es, me parece, la clave del rechazo que provocan los textos primerizos: la voz no está porque necesita formarse. No se trata tanto de un encuentro como de una generación. La escritura, y todo lo que ella conlleva, solo se logra escribiendo.
Por eso resulta interesante que Maillard acepte de buen grado Hainuwele, un poemario tan distante a sus textos posteriores tanto en temática como en aspectos formales. Comparte, es cierto, con Matar a Platón o con Cual cierta cualidad narrativa, pero poco más. Este poemario reinterpreta un mito fundacional indonesio, aunque puede que filtrado, como señala ella misma en la introducción de este volumen, por el pensamiento hindú. Hainuwele está enamorada del Señor del bosque, y ambos representan, cada cual a su modo, el poder creador. Él encarna una fuerza primordial, de ahí quizá su indiferencia hacia ella, quien, por su parte, manifiesta el don, el sacrificio mediante el cual el yo desaparece y pasa a participar de algo previo y mayor que él. Aquí resuena también el pensamiento de Bataille sobre el erotismo como medio transcendente. El lenguaje de Maillard posee, poblado como está por criaturas salvajes y motivos vegetales, una sensualidad sutil pero evidente, fresca y cálida al mismo tiempo. El sacrificio de Hainuwele, tan distinto del descrito en el relato original, coincide con este, con la escatología hindú y con el erotismo de Bataille en la idea circular de que vida y muerte no son más que fases de un mismo ciclo.
Pero Hainuwele no ocupa más que la mitad del volumen. Los Otros poemas son también textos de juventud, muchos de ellos redactados en India o influidos por el modo en que se ve el universo desde aquél país que tanto peso tiene en la teoría estética de Maillard. Asimismo se encuentra en ellos la imbricación con sus diarios, una práctica —esa imbricación— que la poeta desarrollará más adelante, explorando temas y recursos en los unos que aparecerán después en los otros, hasta alcanzar ese territorio híbrido que será La mujer de pie. En estos poemas hay más de lo que será la obra maillardiana, como la reflexión sobre el dolor o la puesta en duda del yo. Aunque son poemas de formación, no carecen ni de calidad ni de interés, lo que sumado a la frescura y la extrañeza de Hainuwele hacen que el libro —que viene acompañado de un CD en el que la propia autora lee sus poemas, con su cadencia y su acento peculiares— valga mucho la pena.