El cuarto de atrás, de Carmen Martín Gaite (Destino, 1978)

Mientras ve por televisión cómo el cortejo fúnebre se dirige al Valle de los Caídos, Carmen descubre que toda su vida, al menos desde que tiene conciencia de ella, ha estado marcada por la presencia intangible pero omnipresente del dictador. En ese instante decide escribir en torno a ese bloque de no-historia, de no-tiempo, y la forma que adopta esa escritura es la de las no-memorias.

Pero ese no es el punto de arranque de El cuarto de atrás. El relato parte de una visita inesperada. Carmen —al mismo tiempo autora, narradora y personaje— se despierta con los timbrazos del teléfono. Una voz masculina le dice que ha estado llamando a su puerta con insistencia, pero que no le han abierto. Le informa de que tenían una cita, y ella le responde que vaya y estará atenta para abrir. Aunque no recuerda el compromiso, ni el propósito de la entrevista, ni el nombre del entrevistador. Es un hombre vestido de negro, que no se presenta. Tampoco saca una libreta, ni una grabadora. Se sientan en el cuarto de atrás, donde Carmen ha instalado la máquina de escribir y donde se acumulan los papeles desordenados. Hay algo misterioso en el visitante, algo que va más allá del hecho de que no tome notas y de que no haga las preguntas típicas de un periodista.

Cada vez que él abre la boca, Carmen se pierde. El tiempo se difumina. Revive su primera visita a un balneario siendo muy joven y cómo rememoraba la experiencia durante la escritura de su primera novela —El balneario, publicada en 1958—. Digo que revive porque no se trata de un simple recuerdo; el pasado se hace presente, aparece de nuevo ante los ojos de Carmen con toda la intensidad de lo real. Por un momento, no hay diferencia entre la visita de los años cuarenta —si no me equivoco—, la escritura de los cincuenta y la reescritura de los setenta. Es decir, entre la vida, la ficción y la metaficción. Algo similar ocurre con la infancia de posguerra, su estancia en Coimbra, o cuando viaja con su padre, su tío y su prima para recuperar los restos del Cadillac nuevo que el bando nacional requisó al primero y destrozó durante la guerra… Todos estos acontecimientos se agolpan, se superponen, dan saltos hacia atrás y hacia delante, dejan espacios en blanco y causan cierta incertidumbre en torno al presente.

De hecho, hay algunos elementos que vinculan El cuarto de atrás con la literatura fantástica de ambientación gótica, a pesar de su carácter realista: el extraño que se presenta de forma inesperada, la noche de tormenta, o el montón de folios escritos que Carmen no reconoce, y que ve cómo crece con cada intervención del hombre de negro, que en un principio la incomoda pero con quien crece la intimidad con el paso de las horas. Diría que esa incomodidad inicial proviene del carácter siniestro del visitante, siniestro en el sentido freudiano de lo familiar que causa extrañeza. Esa noche todo tiene un aura irreal, y a Carmen le resulta difícil definir los límites entre lo que ocurre en ese momento y lo que ya ha ocurrido. El pasado se manifiesta desordenado o, mejor, ordenado por unos hilos emocionales que nada tienen que ver con lo cronológico.

La escasa acción del presente se centra en ese cuarto de atrás —con alguna salida breve a la cocina, al dormitorio o al pasillo—, en ese espacio íntimo donde Carmen se siente lo bastante a gusto como para poder escribir con tranquilidad. Pero hay otro cuarto de atrás anterior con el que comparte alguna pieza de mobiliario. Se trata del de la casa de Salamanca donde crece. Ese otro cuarto de atrás aparece como el espacio seguro en el que Carmen y su hermana juegan sin preocupaciones, el territorio infantil en el que las ansiedades de los adultos no tienen cabida. Pero también representa el proceso de maduración, el paso del juego a la realidad que tiene lugar junto a la progresiva transformación de sala de juegos en despensa. Es el fin de la inocencia. Sin embargo, junto a las privaciones de la guerra y la posguerra vienen asociados dos conceptos entrelazados que serán esenciales en la vida de Carmen: las fugas y los refugios. Las fugas a la imaginación, las huidas a la ficticia isla de Bergai, donde se refugia de las broncas, de las pérdidas y de todo mal que pueda afectarla. En ese sentido, los dos cuartos de atrás y Bergai comparten la misma función esencial. Son los espacios de la magia, de la ilusión. La prueba es la caja dorada.

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