La memoria juega con nosotros y en ocasiones nos distrae o nos provoca dudas porque es más frágil y voluble de lo que nos gustaría admitir. No sería la primera vez que asimilamos una anécdota oída infinidad de veces y la contamos como si la hubiéramos vivido porque, de verdad, creemos que ha sido así; es la versión natural de los falsos recuerdos, implantados en las sesiones de hipnosis. Pero no hace falta llegar a esos extremos. Puede ocurrir algo sutil, apenas perceptible, pero que despierte sospechas vagas tras las cuales no sepamos decidir si algo ha ocurrido o si es un fragmento imaginado, si es real o es ficción; aun cuando esta distinción carezca de importancia. A menudo se trata de nimiedades, pero que tocan una fibra profunda que nos pone alerta porque alteran nuestras creencias en el mundo como un lugar lógico y ordenado. Puede ocurrir durante la lectura, al reconocer un pasaje en un libro que sabes con certeza que no has leído; ni ese, ni ningún otro de su autor. El reconocimiento de lo que no se conoce siempre es, a la fuerza, extraño. En mi caso, unas páginas de este Corazón tan blanco causaron dicha sensación, mitad sorpresa mitad inquietud, propia del déjà-vu o, mejor, del déjà-lu (ya leído). Un recién casado, de viaje de novios en una ciudad que no es la suya, ve desde el balcón de su hotel a una mujer que le mira a su vez, y que parece conocerle, y se le acerca con un enfado monumental porque ha faltado a la cita que tenían convenida. Pero él no la ha visto en su vida, ni ha estado en la ciudad; y su mujer —que está acostada a sus espaldas, indispuesta— le pregunta qué es ese escándalo que se oye. Como él no sabe quién es aquella mujer, le contesta que no es nada.
El hombre es Juan, su esposa es Luisa y la mujer que confunde a Juan con su amante es Miriam, una habanera que no volverá a aparecer en la novela, pero cuya presencia se dejará sentir y marcará la relación del matrimonio por la escena que tiene lugar en la habitación de al lado, y que ambos oyen aunque Luisa finja estar dormida. Las palabras que se filtran por la pared que separa a ambas parejas —Luisa y Juan, Guillermo y Miriam— ponen en juego la tensión y el valor que tiene en las relaciones amorosas lo que se dice y lo que se calla; es decir, hasta qué punto llegamos a conocer a las personas que amamos, sean nuestras parejas, nuestras amistades o nuestros padres. Que los recién casados sean traductores e intérpretes es significativo, porque ambos saben en todo momento que existen matices que no siempre pueden trasladarse, y que la naturaleza misma del diálogo es falible. Como criaturas lingüísticas, los seres humanos somos poco de fiar. Aún así, no tenemos otro medio más eficaz para entendernos. Esa es nuestra paradoja.
Puede que el asunto central de la novela sea el poder de las palabras, de las que se dicen y provocan consecuencias inesperadas y de las que se callan y se enquistan como secretos familiares o personales. El propio título de la novela haría referencia a este primer asunto, y forma parte de lo que lady Macbeth dice a su marido después de que este haya cometido su crimen: «but I shame to wear a heart so white» (pero me avergüenza llevar un corazón tan blanco); palabras que recuerda una alta mandataria inglesa a un alto mandatario español en una reunión en Bruselas, en la que Juan ejerce más de director que de traductor, y donde conoce a quien será más tarde su mujer que, por su parte, no desempeña su función de garante de que la traducción de Juan sea precisa, sino que le permite conducir y manipular el diálogo entre los políticos. Este juego al que se arriesga uno y que la otra acepta debe tener algún significado, ya que guarda una familiaridad esquiva con la sugestión de lady Macbeth.
Por el otro lado está el misterio de aquello que no se dice: lo que se calla no llega a existir del todo. Aquí entra en juego el drama del que no habla la familia de Juan, ahora reducida a su padre; pero también la nueva situación del recién casado —él es quien narra la historia—, que no está seguro de querer resolver todos los misterios que aún conserva Luisa y que desaparecerán a causa de la convivencia. La cuestión que se le plantea es que las cosas, una vez se saben, no pueden dejar de saberse. Por eso Juan siente desde la misma ceremonia que algo aciago le amenaza, y se pregunta hasta dónde es necesario, o incluso recomendable, conocer a quienes amamos; dónde está el límite de lo recomendable y si hay hechos que una vez sabidos —es decir, expresados, puestos en palabras— pueden acabar con ese amor. Esto se extrapola, asimismo, a la relación con su padre. Es por esto por lo que creo que más allá de la sombra del crimen que se extiende sobre la novela, y más allá de las facilidades que aporta el poder a la hora de librarse de dicho crimen, Corazón tan blanco plantea, con una prosa impecable, una reflexión sobre el lenguaje y el poder que ejerce sobre todos nosotros a través de la sugestión, de la convicción y de la confesión, pero también, y quizá sea lo más relevante, a través del silencio.
Genial ¿ES mejor saberlo todo o no? según que o de quién. La verdad es que esta pregunta da para mucho debate.
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Muchas gracias, Silvia. La cuestión ya no es si es bueno o malo saberlo todo de alguien, es que es imposible; incluso cuando se convive hay cosas que se nos escapan. Lo que hay que plantearse es hasta dónde estamos dispuestos a saber y a que sepan de nosotros, porque creo que es ahí donde fracasan muchas relaciones.
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