Si creyera en eso que la gente llama placeres culpables, diría que Amélie Nothomb es, para mí, uno de ellos. Digo si creyera porque la misma noción de «placer culpable» se funda en una división entre goces lícitos e ilícitos que no comparto, quizá por los años que llevo enfrentándome a la extrañeza con la que se me mira en ocasiones, algo que puede haberme forzado a defender mis gustos sin asomo de culpabilidad; porque no encuentro motivo de vergüenza en ninguno de ellos, ni en los malos ni en los buenos. Salvando las distancias, Nothomb es a la literatura actual lo que Vivaldi es a la música barroca: es ligera, amena y no plantea dificultades; es easy listening o, mejor dicho, easy reading. Además, comparte con este compositor una cualidad que apuntó Strawinsky, quien dijo de él que no compuso cuatrocientos conciertos, sino que escribió el mismo concierto cuatrocientas veces. La exageración es obvia en ambos casos, pero sí es cierto que muchas de las novelas de Nothomb comparten un hilo conductor, forman parte de un mismo universo narrativo. La explicación evidente es que la vida de la propia autora es la materia prima de la que se nutren esos libros, en los que la vemos rendirse al hambre, fracasar cuando intenta recuperar su infancia japonesa, etcétera.
Nothomb es al mismo tiempo autora, narradora y personaje en esta historia de amor —que adopta esa forma a menudo más exigente que las otras, a la que llamamos amistad— entre dos mujeres titulada Pétronille. Pétronille Fanto es una joven con la que Amélie Nothomb mantiene correspondencia, y con la que se encuentra en persona más tarde y por sorpresa en una sesión de firma de libros. Tras el asombro inicial al saber que Pétronille también escribe y al descubrir que tiene el aspecto de un jovencito andrógino, Amélie decide probarla como compañera de bebida y la invita a una botella de champán. A partir de ese momento, las dos escritoras establecen una relación peculiar pero entrañable.
Pétronille es también un diálogo de clase, en el que la aristocrática Nothomb gravita en torno a esa proletaria erudita que es Fanto, quien no duda en mear entre dos coches cuando la necesidad aprieta, ni en exagerar la inquietud que provoca en las señoronas de clase alta con las que se encuentran en una cata de champanes exquisitos en un hotel de lujo. Amélie y Pétronille muestran sus propias particularidades en una especie de extraña pareja que vive algunas situaciones cómicas. También es la historia de una autora reconocida que ayuda a una joven con talento a abrirse paso en el mundo editorial; y la de una joven escritora con talento que ayuda a una autora de éxito a salirse un poco del corsé en el que está metida.
No podría decir cuánto de cierto hay en Pétronille pero, para quienes no tenemos el placer —o el disgusto, que con estas cosas nunca se sabe— de conocer a la señora Nothomb, lo que sabemos de ella es lo que nos cuenta en sus novelas; la versión que nos llega es la del personaje literario que ella misma crea y que extiende a su disfraz de autora. Con Fanto ocurre igual: ¿cuánto hay en ella de la Stéphanie Hochet real en la que se inspira? Lo que sí puedo decir es que la novelita es divertida y se lee en un rato —si al principio me refería a los placeres culpables lo hacía en el sentido de que las novelas de Nothomb son como caramelos: están ricos y se comen en nada, pero no se puede sobrevivir solo con ellos porque no aportan nutrientes; aunque he de admitir que estos juegos metaliterarios me interesan mucho en los últimos tiempos—. Por otro lado, puede que el precio de novedad sea un poco excesivo y quizá sería recomendable esperar a la edición de bolsillo.